“Fascinante…”
Academia Regional de Naciones Unidas
“Admirable…”
Universidad de Oxford
“Poderoso…”
Universidad de Vietnam
“Una bola de energía positiva…”
Hive Europe
“Un contribuyente real al desarrollo sustentable..”
1MillionStartups
“Energía y Creatividad…”
The Times of India
CAPÍTULO II. IDENTIDAD EN LA INCREÍBLE INDIA
Ser Mexicano es sinónimo de fiesta, tequila, playas y sombrero, pero también de violencia, desconfianza, egocentrismo y poco profesionalismo.
Estos estereotipos ocurren con muchas culturas, y aunque la percepción generalizada tiende a construir opiniones falsas, éstas forman parte de la cultura colectiva, imaginaria y cotidiana, alimentadas por un sesgo cognitivo difícil de ignorar para nuestro cerebro.
Sentirte parte de una tribu (llámalo cultura), cantar tu himno, arroparte en tu bandera, hablar tu idioma con orgullo, tus creencias, tu naturaleza, tu baile o tu comida, construyen una burbuja de seguridad y comodidad que facilita la homogeneidad de visiones dentro de tu misma tribu y la interacción con otras tribus como un grupo.
Una identidad homogonea o común reduce conflictos, facilita discusiones, logra acuerdos, y permite entender a la especie humana como un organismo estructurado y diverso en constante interacción dentro de un sistema.
Los psicólogos definen nuestra identidad como la capacidad de crear modelos mentales de nosotros mismos que definen nuestra individualidad frente a un colectivo.
Los antropólogos y sociólogos modernos han hablado de ella como una pieza clave para entender los movimientos sociales, la etnicidad, y en general la conexión de una persona a un grupo.
Muchas organizaciones internacionales como la ONU, han integrado la identidad como la variable más poderosa en la resolución de conflictos, y reconocen la importancia de sus dimensiones espirituales, materiales, intelectuales y emocionales.
Independientemente si la identidad es una construcción mental que evita conflictos o una característica de la especie humana como animal social, entender ésta cuando exploras el mundo puede garantizar tu supervivencia a la hora de ingresar a un territorio y tocar las puertas de una tribu que no te reconoce como parte de ella.
Cuando la comunicación en el mundo está fragmentada por la barrera del idioma, tu identidad es el primer mensaje que comunicas a los demás.
Pero ¿Cómo pueden otras tribus identificar la tribu a la que perteneces si los separa la barrera del idioma? A esto lo llamo, tokens de identidad, y gracias a ellos pude identificar y ser identificado por otras tribus sin necesidad de usar el mismo idioma.
La primera vez que salí de México, mi token de identidad fue un sombrero, probablemente el token más usado por los Mexicanos que visitan otras tribus por primera vez, así como un Japonés un kimono, un Alemán su lederhosen, o una India su sari.
Mi token de identidad me pudo abrir muchas puertas, se convirtió en una llave, en un escudo, en un abrazo, en una sonrisa, en un hola y un adiós.
Lo usé sin reparos y sin prejuicios, con orgullo y sin temor. Sin embargo, después de un tiempo los tokens de identidad también se vuelven una ancla, una máscara, una caja fuerte, una carga, una cárcel en la zona de comodidad, o un personaje que se repite y repite hasta perder la autenticidad.
Encontrar alguien que reciba un sombrero Mexicano es fácil, fue muy sencillo deshacerse de él, pero los tokens de identidad también se cargan en la mente, y deshacerse de éstos es una tarea más difícil que requiere un proceso de estados mentales que ponen a prueba tu sentido de pertenencia.
Deshacerte de tus tokens de identidad mentales, es un viaje doloroso de sentimientos: Nostalgia, angustia, depresión, tristeza, arrepentimiento, odio, soledad, desintegración y cientos de dudas.
Esto es aún más difícil, cuando has pasado los primeros años de tu vida, rodeado de roles impositivos que le dieron un sentido a la vida que debías de perseguir; Familia, amigos, profesores, o vecinos con identidades tan fuertes que influenciaron tu propia identidad.
No todos los que viven fuera de su país, logran deshacerse de los tokens de identidad mentales, muchos quedan atrapados en medio de una batalla que se convierte en una crisis constante de identidad. Nadie puede escapar de la influencia de una identidad colectiva.
Para aquellos que hemos logrado aprender a lidiar con esta batalla mental de identidades, hemos atravesado un proceso de exploración interno y externo que permite descubrir tokens aún más universales y humanos. Algunas veces, solo hay que deshacerte de tus tokens mentales y rendirse ante una nueva tribu.
La madre de todas mis batallas de identidad mentales tuvo lugar en India, una tribu apretada, olorosa, colorida, enigmática, desconocida, peligrosa, arriesgada, intensa, e increíble. Un lugar que lleva al extremo todos tus sentidos, una tribu llena de tokens, de todos los colores y sabores, que forman un caos en perfecta sincronía.
Pisé India con un saco lleno de tokens mentales sobre ellos, esperando encontrar estrellas bollywodenses montados en elefantes y millones de call centers. Lo cual es cierto, pero más allá, fuera de los estereotipos, viví una India totalmente diferente de lo que siquiera imaginé.
La experiencia de vivir y trabajar en uno de los países más diversos y multiculturales del mundo ha sido el reto más grande de mi vida. Con sus más de 6 mil años de historia, India es la democracia más grande del planeta, y su segundo país más poblado, cuna de 4 de las 6 religiones más influyentes en el mundo: Hinduismo, Budismo, Sikhismo, y Jainismo, y controvertidamente, India ha influenciado la creación del Judaísmo, Cristianismo y el Islam.
Una estructura y diversidad tan grande viene con sus dolores, sus disputas, injusticias, desigualdades, contradicciones, fanatismos y complejos.
Caminar por sus noches es muy seguro para los aventureros, pero a la vez mortal para las mujeres, cualquier ley física se puede reescribir en sus calles, todo lo que creías imposible en el mundo lo encuentras en India, pero también lo contrario.
Así de compleja, contradictoria, hermosa y extremadamente agresiva es India para cualquier miembro de otra tribu que decide visitarla.
India también libra una batalla abierta por defender sus tokens de identidad, y a pesar de haberle regalado al mundo la revolución pacífica gracias a Mahatma Ghandi, la violencia étnica y religiosa han marcado los días más tristes de su historia.
No lo niego, muchas veces odié India en el poco más de 1 año viviendo en ella, las batallas mentales con ella fueron muy dolorosas. Pero también la amé, como nuna había amado antes en mi vida, India me puso a sus pies, rindiéndome ante su majestuosidad.
Sobrevivir en India es una lección de vida que muy pocos países te pueden ofrecer, esto lo escribo con una lágrima saliendo de mis ojos para encontrar una gran sonrisa.
Hablar de mi vida India es dolor y amor, shock y paz, nostalgia y excitación, una montaña rusa de emociones que abordo con corazón en mano, agradecido con ella por cuidarme, guiarme, enseñarme y mantenerme vivo.
Un día vivo en India es toda una hazaña. Esto lo repetía diez veces al día todos los días. Cada centímetro es un campo de batalla por la supervivencia donde todo quiere, y puede, matarte: la comida, el tráfico, el clima, el agua, los animales, insectos, incluso el propio aire.
Aún así, terminé por amarla, y formar parte de esta tribu que trajo la paz y fortaleza mental que marcaría mi vida para siempre.
¿Pero cómo demonios llegaste a India?
Llegué a India gracias a una oferta de trabajo para incorporarme como profesor de tiempo completo en una Universidad situada en Ludhiana, una ciudad industrial al norte de la India, en el estado de Punjab, junto a la frontera con Paquistán.
Mi arribo a India llegó después de algunos meses de comodida Europea viviendo en Praga, por lo que el shock fue profundo e inmediato.
El trayecto del aeropuerto en Delhi hasta Ludhiana, después de 8 horas de vuelo, lo realicé en un autobús que de acuerdo a google maps se realizaba en un trayecto de 6 horas; En realidad fueron 10 horas intercaladas con sonidos de bocina cada 10 minutos, música bollywoodense y gritos de vendedores de samosas.
Ser y tener rasgos mexicanos pasa desapercibido en India, muchas veces fui confundido por Chino, Filipino, Turco, Marroquí, e incluso por Indio de la provincia de Cachemira, pero nunca por Mexicano.
Esto tuvo muchas ventajas, nunca fui tratado como turista y pasé desapercibido entre las masas, además bastaba un básico de Hindi para poder regatear transporte, comida, bebida, entradas, en fin ¿Qué no se regatea en India?
Pero también sus desventajas, el color de la piel sigue siendo un distintivo de castas, y muchas veces fui discriminado, excluido e incluso a punto de ser golpeado en un incidente con un conductor de taxi.
Los primeros 6 meses en Ludhiana lo dividieron una breve luna de miel de asombro y privilegio que significa ser profesor en India, una autoridad moral equiparada a un padre o sacerdote, y una larga y dolorosa curva de aprendizaje que me llevó a odiar esa maldita hora en que tomé ese avión para aterrizar en éste caótico país.
Mi vida fue secuestrada por caos: comida, bebida, vestimenta, y transporte, todas eran decisiones que dependían de alguien más. Literalmente.
A pesar de compartir un departamento equipado con comodidades occidentales (inodoro, lavadora de ropa, y aire condicionado), que compartía con otros profesores, las reglas morales en Punjab también venían equipadas con él: Mi vida personal, social, sexual, y de entretenimiento como las conocía, quedaron suspendidas, mi mexicaneidad también, y no por gusto, por necesidad y supervivencia.
En retrospectiva, este proceso lo equiparo a un proceso de desintoxicación, físico, mental y espiritual, que deshizo por completo mis tokens de identidad materiales y mentales. En 1 mes dejé de usar desodorante, shampoo y perfume, en 2 meses me volví vegetariano, en 3 aprendí Punjabi básico, en 4 a vestir y bailar como Indio, en 5 a hacer verdaderos amigos, en 6 a sentirme parte de esta familia.
Las transiciones de mes consistían en batallas mentales muy dolorosas por deshacerme de mis muy arraigados tokens mexicanos.
Cada mes merece un libro completo, pero compartiré contigo en este libro dos de los más significativos: Mi encuentro con Jesús de Nazareth en las montañas del Himalaya (que encuentras en el capítulo 8); Y mi transición al vegatarianismo, o de devorador de tacos a devorador de parathas.
A pesar que la Universidad me proveía de hospedaje, alimentación, transporte y un salario que me permitía darme ciertos lujos como ir al cine 2 veces por semana, comprar cerveza, viajar los fines de semana, y comer pollo 2 veces por semana.
La carne en India, y especialmente en Punjab, es un lujo que no todos pueden darse.
Si eliges comer carne, lo único disponible es el pollo, eso si, uno de los mejores pollos que puedas probar, y aunque parezca que mi percepción es exagerada, el pollo lo puedes encontrar en decenas de presentaciones y sabores: Al limón, mantequilla, masala, asado, tandoori, frito, etc.
Intenté comer pollo diario por el primer mes, pero después de mi primer salario tuve que decidir renunciar a él o renunciar a las cervezas y los viajes. Mi piramide de prioridades era claro, abandonaría el pollo.
La transición no fue tan difícil cuando todos a mi alrededor eran vegetarianos, sin embargo, fue una sola experiencia que motivaría mi decisión a renunciar completamente a la carne.
Lo recuerdo tan bien como si hubiera sido ayer, sucedió durante un viaje en tren, cuando a la hora del almuerzo, un ejército de meseros y cocineros, recorrían todos los rincones tomando órdenes para el almuerzo;
Cuando viajas en tren por la India y decides comer ahí, las opciones son generalmente vegetarianas, pero ese día una sola opción de menú incluía pollo.
Sin pensarlo mucho pedí el pollo, y en el transcurso de 30 minutos llegó en un plato de aluminio listo para mi deleite.
Durante la hora del almuerzo, los vagones de tren se convierten en una sala de orquesta donde chapatis hacen eco con el acero, dando espacio para que todas las familias tomen su almuerzo y compartirlo con quien esta al lado suyo. Esto vuelve los viajes de tren en India, una experiencia mágica e inolvidable.
Como es tradición, la familia junto a mi me ofreció un poco de su comida, la cual tomé de forma de modesta y agradecida, ésta consistía en chapatis y vegetales cocinados con especias, transportados en recipientes de acero esparcidos por todo el tren, irreconocibles para ti, pero perfectamente reconocibles para sus dueños. Cada uno guarda un distintivo particular que hace identificarlos incluso cuando son cientos en un solo vagón.
Mis 15 minutos de almuerzo transcurrieron con mi atención a el pollo, mis dedos y el paisaje, ignorando todo lo que sucedía a mi alrededor. Cuando terminé de devorar ese pollo, incluido algunos huesos, una amable anciana vestida en un sari roto se acercó a mí y con palmas juntas en la frente me pidió que por favor cubriera los restos de mi almuerzo, como si lo que acabara de hacer se trata de un crimen.
Sin entender inmediatamente que ocurría, me apresuré a obedecer y regresar el saludo con mis palmas en la frente, para posteriormente ser abordado por un niño de aproximadamente 12 años que con un poco de vergüenza me ofreció disculpas por la intromisión de la anciana, y darme una de las charlas más poderosas que he recibido en mi vida sobre los sentimientos que enfrenta alguien que toda su vida ha sido vegetariana por preceptos morales y religiosos.
Mi cabeza y mi corazón fueron tocados por la honestidad de un niño que por un par de minutos me mostró la fuerza espiritual que existe detrás del vegetarianismo, lo que convirtió mi batalla mental por abandonar la carne, a un total desarme, reemplazando frustración, por comprensión ante este gran amor y respeto por cada ser vivo.
Después de un año, todos mis tokens de identidad fueron reemplazados, me incorporé a una tribu primero por necesidad, después por sobrevivencia, y finalmente por amor.
Me sentí más cómodo hablando inglés que español, amaba la comida vegetariana, creí, y sigo creyendo, en el karma y vida extraterrenal, aprendí a vivir una vida verdaderamente holística, entender el amor más allá de una atracción física y sexual. Estos fueron algunos de los legados que dejó India en mi.
Ser capaz de sentir una conexión superior con una cultura ajena para volver abandonarla y repetir el proceso, hizo que mi propia identidad fuera una colección de identidades, pero sobre todo, comprobar con experiencia y evidencia, que los humanos son una especie que tienen un llamado poderoso de la naturaleza a amar y ser amados, esta es nuestra verdadera identidad.
Roberto A. Arrucha – @arrucha
Director & Fundador de The Global School for Social Leaders