“Fascinante…”
Academia Regional de Naciones Unidas

“Admirable…”
Universidad de Oxford

“Poderoso…”
Universidad de Vietnam

“Una bola de energía positiva…”
Hive Europe

“Un contribuyente real al desarrollo sustentable..”
1MillionStartups

“Energía y Creatividad…”
The Times of India

Historias para entender el mundo
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CAPÍTULO III. CONOCIMIENTO EN LA EUROPA HOSTIL.

En 2018, recibí una oferta para obtener una beca y estudiar una maestría en la Universidad de Oxford; Decidí rechazarla y publicarla junto con mis motivos en mis redes sociales, el resultado fueron comentarios divididos, por un lado expresión de pena por mi mala decisión y por otro lado admiración por lo valiente de ésta. 

Para mi, era un acto de rebeldía que mandaría un mensaje y precedente. 

Todo inició meses atrás, cuando había decidido volver a las aulas, y hambriento de compartir mi experiencia en campo trabajando alrededor del mundo.

Envié mi perfil y trabajo a las “mejores” universidades del mundo: Sorprendentemente 6 de cada 10 respondieron, una de ellas era la Universidad de Oxford.

Durante una breve entrevista, reconocieron mi trabajo y me ofrecieron la posibilidad de acceder a una beca completa para unirme a ellos como estudiante de maestría por 1 año.

Honrado pero en conflicto, decidí decir NO, y explicar mis razones:  

Todo ese proceso de búsqueda, rechazo, oportunidad y entrevista, iniciado como un deseo espontáneo de regresar a las aulas, me dejó ver lo ajeno, extraño, artificial y poco realista que significa pertenecer a una élite. 

Me di cuenta, que la gran mayoría de aquellos que admiro por atreverse a intentar cambiar el mundo, nunca han pertenecido a una élite, y que aquellos que han accedido a una élite, es porque, en su mayoría, los ha motivado la validación moral e intelectual express que eso representa.

Me pregunté ¿En realidad necesito pertenecer a una élite para decirle al mundo lo que valgo?

Este conflicto moral me dejó tan ajeno a mis valores, que definitivamente no continué con la idea de regresar a la universidad. 

Para mi, era y sigue siendo más valioso ver la realidad cara a cara, en campo, donde los problemas, los conflictos y el sufrimiento ocurren, para convencerme definitivamente que esto es el verdadero significado de la educación. 

Cuando todos aprendían a cocinar pizza, yo decidí vivir junto al granjero que cosecha el tomate, hace el queso y provee de los granos para hacer la pasta. Me sentía muy orgulloso por haber optado ver y entender el mundo con mis propios ojos, y no a través de los lentes de alguien más.

Cierta arrogancia dominó esta decisión, pero también lo fue, según yo, la reivindicación por parte de todos aquellos que no han tenido acceso a una educación y grupo élite, y aún así, logran hacer cosas maravillosas. Muchas de las personas más talentosas que he conocido en este trayecto, nunca pisaron una universidad.

Mi idea era enviar a todos los jóvenes que sueñan con cambiar el mundo o dirigir a sus países, el siguiente mensaje: No te atrevas a pensar que necesitas permiso o validación de alguien para hacer algo por tu comunidad o planeta, !solo hazlo!

La verdadera educación para cambiar el mundo, inicia observando, sintiendo, preguntando, hablando, interactuando, creando, y convirtiéndote en el sufrimiento, alegría, y éxitos de lo que te rodea.

Si algún día debía de ser reconocido por mis actos, este acto de rebeldía y reivindicación le arrebataba el crédito de mis logros a una universidad a la que muy pocos pueden darse el lujo de acceder. 

Me negué a vivir la vida de alguien más, llenar las expectativas de otros, y perseguir sueños ajenos. Me sentí orgulloso de romper el estereotipo, la meritocracia repetitiva, la hoja de vida molde, la carta de presentación falsa, la validación ajena, el síndrome del título extranjero. 

Me negué a imponer un rumbo a aquellos que quisieran conocer mi historia: En realidad no necesitas de un papel firmado para poder cambiar el mundo.  

Tomaría un par de años, y muchos rechazos más, para finalmente reconocer que este arranque de orgullo a la Robin Hood, sin arrepentimientos, no gozaba de unas bases sólidas todavía.

Hoy todavía soy el enemigo número 1 de la educación de élite, pero confieso que subestimé el poder que tiene el conocimiento organizado y el raciocinio con evidencia que me legaría mi vida en Europa, y sobrestimé el pensamiento mágico y místico que me legó México y Asia, y que le daba una explicación muy sencilla y satisfecha a la vida. 

Pasé del síndrome del impostor, a sufrir el síndrome de Dunning-Kruger, de creer que no merecía el éxito y reconocimiento de otros, hasta ahogarme en mi propia ignorancia de pensar que era ya un experto en la vida. 

De repente, me levantaba todos los días tratando de entender problemas tan complejos, que nunca pensé que tal vez algunas guías a las respuestas las podría encontrar en el uso de la razón que ya existe.

De repente, me sentí abrumado, perdido, aislado, deprimido y frustrado en un mundo que parecía tan complejo, cuando en realidad, yo era un curioso más en un pedazo de historia de miles de curiosos que han forjado nuestra especie.

Entendí que la experiencia por sí sola no te permite ideas claras, y que sin ideas claras, condenas tu experiencia al abandono en la inmensidad de tus pensamientos, en la obscuridad de tus dudas, y al pobre uso del arma más poderosa de tu cuerpo, tu cerebro.

Di por sentado que el conocimiento se administra solo, e ignoré el hecho de que mi cerebro funciona de una manera tan compleja, que todavía es imposible entender su capacidad total, y que como cualquier máquina tan poderosa y compleja, lo más sensato es guiarse de un manual de uso para manejarla.

Antes de esa conclusión, pasaría mis primeros años en Europa con muchos malos ratos ante una cultura muy hostil al pensamiento mágico y místico, del que tanto estaba influenciado incoscientemente.

Mi visión de la vida, hasta antes de llegar a vivir a Europa, se basaba en más en la vivencia y menos en el raciocinio, más en la experimentación, y menos en la investigación, más en la interacción, y menos en la documentación.

Como buen latino, la vida se reducía en un carnaval, y no en un proceso de exploración de mi raciocinio.  

Hacer este balance, me ayudó a poner en contexto del por qué los humano más letrados en el raciocinio, también se vuelven más insatisfechos y pesimistas hacia la vida, y también, por qué el pensamiento mágico ha pasado a la historia por ser voluble, represor y peligroso para la sociedad.

La vida entonces, puede convertir nuestro raciocinio en nuestro peor enemigo, y su falta de él, en nuestra esclavitud.

¿Cómo entonces poder conciliar el raciocinio con mi pensamiento mágico y místico?

Esta pregunta me llevó a estudiar y entender la iluminación racional que marcó a Europa en los Siglos 17 y 18, y  que llevaría a una verdadera revolución en nuestro entendimiento a nuestra especie y nuestra naturaleza.

Estos años en Europa, y bajo estricto raciocinio, me permitió conectar, ordenar, re-ordenar y filtrar las ideas, permitiendo ser objetivo ante una situación compleja.

A poner en contraste, y en balance, ese gran legado del confucionismo oriental y el indigenismo mágico-natural, que le daba paz espiritual y  sensibilidad social a mi interacción con otros. 

Aprender a gestionar mi conocimiento fue la mejor inversión que hice en mi mismo.

 

Antes de este proceso de raciocinio, lo que por muchos años llamé tan solo “seguir mi instinto”, en realidad se trataba de la mayor representación de conocimiento gestionado a través de la experiencia de vida, y en consecuencia, me permitió darle un mayor sentido a través de la ciencia a la pregunta de qué es la vida y su propósito.

Y es que si piensas en el propósito de la vida, puedes concluir que es la transmisión del conocimiento, de un átomo a otro, de una célula a otra, de un ser vivo a otro, de una familia a la otra, de una civilización a otra. 

Esto da mucho sentido a la belleza y complejidad de la vida. La vida es increíble, está a nuestro alrededor en una diversidad de formas, que van desde bacterias microscópicas hasta árboles altos e imponentes, desde gusanos hasta mariposas. Todo funciona en sistemas complejos, pero muy frágiles que hacen posible la vida.

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De repente, la ciencia le dió respuestas poderosas a preguntas que creía muy complejas, me llevaron a conocer el pensamiento sistémico y la ciencia de la complejidad, ambas se convirtieron en una mesa donde invité a todas mis ideas, dudas y miedos, para platicar y emborracharse.

Esta fiesta de ideas se convirtió en una invitación a explorar sin ser abrumador, y permitió conocer a Adrian Bejan, un profesor rumano-estadounidense que dio luz a la ley de la construcción: 

Esta ley considera que todos los sistemas animados o inanimados (arte, árboles, personas, sociedades, civilizaciones, organizaciones y estructuras financieras) siguen el principio de diseño natural del flujo. 

La regla establece que para que cualquier sistema persista en el tiempo, debe evolucionar de acuerdo con las imposiciones, trabajar con las corrientes que lo atraviesan y moverse con ellas. Y que casi todo se puede explicar por la física. 

En 2018, publicó un artículo en el International Journal of Energy Research con investigadores de la Universidad Técnica de Yildiz en Turquía y la Universidad Federal de Paraná en Brasil que muestra «la base termodinámica para la organización social». 

Cuando me di a la tarea de leer este estudio, fue uno de esos momentos de “eureka”, esa idea loca que me daba vueltas a la cabeza, alguien más la entendía y explicaba mejor usando la ciencia.

Esta idea de la termodinámica para la organización social, argumenta que el movimiento humano y las construcciones sociales se describen por el flujo en la naturaleza, así como los ríos y los árboles se ramifican en patrones predecibles basados ​​en presiones, también lo hacen las mentes de las personas, nuestras organizaciones y sociedades enteras.

Bejan se dio cuenta de que él y sus colegas se habían inadvertido sobre una descripción física de la innovación y la iluminación humana. 

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En pocas palabras, las innovaciones abren nuevos caminos que cambian sociedades completas, entiendo a la innovación como una eliminación repentina de un obstáculo local, como cuando un tronco cambia el flujo de un río, cambiando totalmente la vida de la vida debajo de las aguas de ese río. 

Las innovaciones, o la eliminación de obstáculos en nuestros flujos de vida, permiten que nuestra sociedad avance a pasos agigantados.  La comprensión de cómo detectar esos obstáculos, y cómo eliminarlos, es exactamente lo que me llamó a entender cómo países enteros han forjado su progreso y desarrollo.  

Esta mezcla de raciocinio en entender la complejidad de la naturaleza, la física, y la especie humana, me dio una dosis de adrenalina que cambiaría totalmente mi vida y la forma en cómo la percibo. 

La innovación se convirtió realmente en la madre de la evolución social, siendo la imprenta, la pólvora, o la energía atómica, algunos ejemplos claros.

El desarrollo de una idea creativa en una invención útil, o una demanda social que tiene que ser satisfecha. 

El desarrollo de una idea creativa permitió realmente la iluminación racional, el derrocamiento de las monarquías y el obscurantismo religioso, para dar paso al pensamiento occidental moderno. Cuando un solo individuo se «ilumina» por el raciocinio, crea nuevas conexiones y fortificaciones en las sinapsis del cerebro. Luego puede seguir una serie de conexiones previamente no realizadas para que el flujo de pensamiento evolucione más.

Cuantas más ideas nos encontremos y nos interesen, más probabilidades hay de que seamos pensadores ilustrados. Esto es confirmado por la investigación de la psicóloga de la Universidad de Stanford Carol Dweck, cuyo trabajo sobre mentalidades de crecimiento ha revolucionado la psicología.

Más recientemente, Dweck y sus colegas argumentaron en un estudio, publicado por la revista Psychological Science, que tener una «teoría de interés» fija hace que las personas sean menos curiosas, menos propensas a aprender, menos motivadas y menos resilientes cuando el tema se vuelve difícil. 

Por el contrario, aquellos con una mentalidad de crecimiento, personas que encuentran nuevas ideas con gusto y no creen que haya una sola área donde florecerán, son más realistas sobre los obstáculos y estudiantes más persistentes cuyo trabajo puede ser informado en última instancia por perspectivas infinitas. 

Alguien con una mentalidad de crecimiento resuelve problemas sociales, y tiene una mejor oportunidad de innovar. Esto no solo mejora sus vidas, también el mundo que todos compartimos. Sin embargo….

El conocimiento tiene un precio. 

 

El conocimiento me dio poder y seguridad, pero también hostilidad. Me dotó de entendimiento y raciocinio, pero también de soberbia e intolerancia. 

Después de un tiempo, mi capacidad de empatía, se volverían tan diminuta, que al fin me vi reflejado en aquello que yo también odié: Un hombre que trataba a toda costa ser ilustrado.

Cuando más crecía mi conocimiento, mayor era mi desprecio hacia explicaciones sencillas, placenteras y mágicas de la vida, y en consecuencia, hacia la vida misma y su hermosa complejidad.

Mi trayecto por apropiarme de más y más conocimiento, también me llevó a al egocentrismo, después a la depresión, posterior a la isolación, y de esto a la desconexión conmigo mismo como parte de este planeta. 

Cuando pierdes la conexión contigo mismo y lo que te rodea, te vuelves un ser humano insostenible para el planeta. Y tal vez ahí radique la explicación del hecho que las personas con mayor «educación» en el mundo (o al menos el concepto occidental), también son las que lo han destrosado y llevado al colapso ambiental. 

La lección más poderosa que concilié en este proceso, es que el conocimiento, ciencia e iluminicación racional sin imaginación moral y empatía, se convierten en una arma de destrucción masiva, en siglos de esclavitud, en genocidios, en guerras por acumulación de recursos, en la sobre explotación de la naturaleza, y en una desconexión total con nuestro planeta y en consecuencia a su colapso.